Cuando un ser querido muere sentimos una profunda tristeza y dolor por perder a una persona sumamente importante y amada en nuestra vida. Sin embargo, es importante saber que este dolor puede convertirse en un sufrimiento crónico. Por eso queremos contarte cuál es la diferencia entre ambos y cómo puedes hacer para evitar que este dolor que sientes ahora se transforme en un sufrimiento que te haga daño.
Por un lado, el dolor es producido por la separación física, mental y emocional con el ser querido que ha muerto. Se trata de un estado de total desequilibrio causado por el impacto de esta noticia que perdura hasta que la persona puede reestablecerse. En un primer momento, nos sentimos incapaces de asimilar esta triste realidad y nos creemos incapaces de afrontar este presente y futuro sin él o ella. Se trata de un dolor e incertidumbre normal durante esta primera etapa del duelo. Este dolor implica aceptación y estar en contacto con lo que sentimos y con el vacío que dejó esta ausencia.
Sin embargo, cuando este dolor nos impide aceptar la actual realidad y continuar con nuestra vida a pesar de todo es cuando surge el sufrimiento que nos impide vivir el presente y pensar en un futuro positivo y alegre sin la persona que ha fallecido. Hay una potenciación de los sentimientos de desasosiego y malestar impidiendo la reacción y solución del mismo. Este sufrimiento nos llevará una y otra vez al pasado, a los recuerdos y al deseo insistente de que vuelva a ser todo como antes remarcando siempre lo peor de esta situación que estamos viviendo. Este conjunto de emociones y pensamientos adquieren mucho más intensidad y duración que el dolor emocional pudiendo durar indefinidamente.
De esta manera, el dolor es inevitable cuando nos enfrentamos a la muerte de un ser querido mientras que el sufrimiento llegará luego cuando este herida producida por la pérdida no logra cerrarse destruyendo cualquier posibilidad de crecimiento y aprendizaje. Como puedes ver, cuando estamos atravesando un proceso de duelo podemos evitar que este dolor se transforme en sufrimiento y para ello es necesario que:
- No niegues el dolor que sientes ante la muerte de un ser querido. Recuerda que la única y mejor manera de sanar esta herida es aceptando y exteriorizando lo que nos sucede, nuestras emociones e incertidumbres frente a nosotros mismos y los demás. El sentir estas emociones no nos hace más débiles, menos capaces o menos valiosos.
- Multitud de dudas, preguntas y miedos nos invaden. No hay manera de evadir este dolor. Tenemos que aceptar lo que nos sucede y reconocer que ya no podremos llevar la misma vida que teníamos antes juntos. Recuerda que no todos los días serán iguales. Algunos días estarás mejor que otros pero no debes quedarte estancado diciendo “yo no podré superarlo”. Toma la decisión de dejar de sufrir.
- No tengas temor de la ayuda de otros seres queridos. La comprensión y cuidado que ellos pueden brindarte son realmente importantes en un momento tan delicado y abrumador. También puede ser útil compartir tu experiencia con otras personas que han vivido este mismo dolor y escuchar también qué tienen ellos para contarnos.
La pérdida de un ser querido pone en jaque todos los supuestos tenidos hasta ahora. La tranquilidad y la seguridad de la vida son enfrentados a las incertidumbres y temores de la muerte por lo que este daño causado por la pérdida de un ser querido nos coloca frente a una situación abrumadora y dolorosa. Para recuperarnos y atravesar sanamente este duelo requerimos de un tiempo para recomponernos y recuperar el equilibrio físico, emocional y psicológico que nos permita continuar con nuestra vida. Una vida que seguramente ya no será igual a la que teníamos antes pero que aún así vale la pena vivirla.
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