Cuando un paciente es informado sobre el padecimiento de una enfermedad terminal, es decir, cuyo desarrollo ya no es posible ni detener ni invertir, comienza una nueva etapa en su vida donde las estructuras emocionales sufren un gran derrumbe frente a la fatal realidad.

Es aquí donde el psicólogo cumple un rol primordial para complementar y optimizar el logro del bienestar para el enfermo y la familia favoreciendo la adaptación psicológica al proceso de la enfermedad y la muerte. Un reto muy fuerte no sólo para los profesionales de la salud sino también para el paciente y sus familiares.

La noticia trágica de padecer una enfermedad terminal provoca un impacto psicológico sobre el paciente en el que diversas emociones y sentimientos que afloran deberán elaborarse. Este proceso de elaboración no será igual en cada paciente sino que variará de acuerdo al tipo de enfermedad, historia personal y familiar, personalidad, entre otros factores. Esto significa que ante una situación amenazante el individuo actuará y afrontará esta amenaza dependiendo de los recursos sociales, personales y familiares que posea.

En este sentido, la función del psicólogo será complementar al equipo de cuidados paliativos para así promover la adaptación psicológica del paciente y sus familiares al proceso de la enfermedad. Para lograrlo el psicólogo debe detectar cuáles son los miedos del paciente, sus preocupaciones espirituales y materiales y sus necesidades tanto físicas como psicológicas para así identificar estas amenazas, trabajarlas en la terapia y luego suprimirlas o reducirlas. Esto también será aplicado a la familia del paciente terminal ya que no sólo estará presente el miedo a la muerte de este ser querido sino el temor a sentirse incapaz para cuidar a un enfermo de estas características cuando se vaya deteriorando aún más su salud.

De esta manera, los psicólogos trabajarán en el paciente y sus familiares sobre el estrés, la ansiedad, la depresión, el déficit de comunicación entre el enfermo y la familia y la tristeza propia de un duelo en el que se incluye la culpa, desesperanza, dolores psicosomáticos e insomnio, irritabilidad, comportamientos hostiles, etc. Para ello es primordial que el psicólogo escuche adecuadamente al enfermo transmitiendo a través de gestos y palabras el interés y la atención que tiene frente a lo que le está contando.

Para lograr esta comunicación más fluida y agradable es importante que el psicólogo permanezca a escaza distancia del enfermo durante la conversación, que mire al enfermo a los ojos mientras está hablando, que realice movimientos de cabeza para acompañar la escucha, que recapitule lo charlado con pequeños resúmenes de las cosas que nos ha contado el enfermo, haciendo especial énfasis en los aspectos más importantes, entre otros.

Esta intervención en la respuesta emocional de los pacientes, los familiares y de todas las personas encargadas del cuidado del paciente deberá permanecer en todas las fases de la enfermedad que comienza con el diagnóstico y finaliza con la fase del duelo para así mantener o recuperar la calidad de vida del paciente que sufre esta enfermedad y está sometido a continuos tratamientos

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