El fuerte impacto emocional que produce la noticia de estar padeciendo una enfermedad terminal lleva al paciente a enfrentarse a múltiples dudas y preguntas ¿Tendré fuerzas para sobrellevar esta amarga noticia? ¿Cómo lograré que mis seres queridos no perciban el intenso dolor que siento?

Es usual que la primera reacción del paciente ante el diagnóstico de una enfermedad terminal sea la ira y preguntas como ¿por qué a mí? Se trata de una situación sumamente dolorosa y traumatizante por lo que el shock provocado por la noticia será elaborado lentamente por el paciente. En este doloroso camino físico y emocional para el paciente no sólo es primordial el rol protagónico de los familiares que lo acompañarán en sus últimos meses de vida sino también el papel del médico que brinda este diagnóstico y que será quien esté a su lado en momentos críticos.

En este sentido,  la comunicación paciente-médico es primordial. El profesional de la salud debe explicarle al paciente en qué consiste esta enfermedad y cuáles son las posibilidades brindadas en el tratamiento. También es importante que el médico hable sobre los dolores físicos provocados por estos problemas de salud y la posible re-adecuación del tratamiento ante el incremento de los dolores. El médico desempeña un rol decisivo en comunicar al paciente su condición y su pronóstico por lo que debe brindarle información sincera y completa aunque debe facilitarla de forma lenta respetando el ritmo de asimilación del paciente y de la familia. Este vínculo facilita el conocimiento del enfermo, su contexto, particularidades, necesidades y apoyos.

Esto será acompañado por una especial atención a su familia que deberá asumir nuevas responsabilidades en medio de un torbellino de emociones. Para ello el profesional deberá brindar información clara y útil a los familiares sobre la alimentación, la higiene, las curaciones y cambios posturales, maneras de actuar ante la aparición de posibles crisis y cómo establecer una comunicación con el enfermo.

Es importante resaltar que, además del tratamiento de los síntomas físicos y del cuidado corporal, es necesario ocuparse de la dimensión emocional del paciente, a quien se le tiene que brindar compañía, favorecer su relación con las personas con las que convive y procurarle asistencia religiosa en caso de que sea creyente. El diagnóstico de una enfermedad terminal implica no sólo la pérdida de un proyecto de vida, de la familia y de la juventud sino la aparición de nuevos roles generando una experiencia que compromete al paciente, su familia y al personal de salud que lo atiende.

Esta triste situación debilita de una forma integral a toda la persona y tiene importantes repercusiones en la esfera biológica, psicológica, social, familiar y espiritual del paciente y sus familiares. Por lo que es primordial recalcar que la relación médico-paciente no se limita sólo al vínculo médico-enfermedad sino que también se establece un lazo donde se incorporan sentimientos, principios y vivencias procurando al paciente la mejor calidad de vida posible.

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