Es frecuente escuchar que la muerte de un hijo es un dolor incomprensible e inexplicable que se adentra en cada rincón de nuestro ser. Sin embargo, sólo se comprenden cabalmente estas palabras cuando se vive esta pérdida en primera persona. Ese es el caso de Débora que perdió a su hija Rosi de leucemia cuando sólo tenía seis años de edad y un mundo por delante… Desde la partida de Rosi, la casa nunca volvió a ser la misma. Era su primera hija. Debbie era doctora y su marido, Tomás, era Ingeniero Biomédico… en su cabeza rondaba una y otra vez la pregunta inevitable “¿Cómo no pudimos salvarla?”. Experimentó en carne propia la enorme culpa por no haber podido hacer más por ella… se sintió incapaz de ayudarla generando un intenso enojo e impotencia. Entonces Débora no duda ni un minuto en asegurar que “a veces era el sentimiento más indefenso en la Tierra: era capaz de ayudar al hijo de otra madre pero no podía ayudar a mi propia hija». A pesar de su formación médica, para Débora era realmente difícil hablar con su hija sobre la enfermedad que padecía así como de sus consecuencias… nada de lo que hiciera podría salvarla. Su profesión no podía ayudarla esta vez.

Sin dudas, esta pérdida ha marcado a Tomás y a Débora para siempre. Sumergidos en la soledad y el dolor, Débora y Tomás apenas podían cuidar de sí mismos… parecía imposible entonces poder cuidarse el uno al otro. Sin embargo, esta pérdida no los separó y decidieron enfrentar juntos el profundo temor de tener otro hijo. Sólo varios años después dieron ese paso y finalmente tuvieron tres hermosos niños que hoy iluminan su vida. Mirando hacia atrás, Débora confiesa que erróneamente pensó que tener varios hijos podría compensar el dolor de la ausencia de Rosi. Sin embargo, nada de eso sucedió. Débora se mostraba preocupada cada vez que uno de sus hijos se enfermaba como si el dolor volviera a controlar su mente y corazón… esos temidos fantasmas de volver a sufrir una pérdida no la dejaban disfrutar de sus hijos e inclusive se resistía a hablar con ellos acerca de Rosi y de su enfermedad.

Sin embargo, Raquel, su hija de tan sólo siete años, fue quien colocó a Tomás y a Débora frente a un valiente desafío: celebrar la vida de Rosi. Una tarde, Raquel le pidió a su madre que le contara sobre su hermana… le dijo con su dulce voz que en las fotografías que estaban en casa podía verse lo bella que era mientras que una y otra vez le preguntaba qué le gustaba hacer, si solía dibujar o cuándo era la fecha de su cumpleaños. Débora se quedó sin aliento por unos minutos. Sin embargo, retomó las fuerzas y habló con su pequeña hija. Le contó sobre su enfermedad, la edad en que murió así como la fecha de su cumpleaños… tan sólo faltaba un mes para ese día tan especial.

Al día siguiente, Raquel se acercó a sus padres para hablar nuevamente con ellos. Esta pequeña tenía un pedido muy especial para hacerles… Luego de una reunión con sus hermanos, decidieron que querían hacer una fiesta para celebrar el cumpleaños de Rosi. Sorprendidos por este pedido pero convencidos de que era una fecha especial para compartir junto a sus hijos, Débora y Tomás aceptaron este reto. Desde entonces, la familia celebra una conmovedora tradición. Cada año Raquel va con su madre a comprar una deliciosa torta decorada con rosas y la comparten en familia mientras Tomás y Débora relatan bellas anécdotas de Rosi. Finalmente, esta celebración culmina con un pequeño regalo para cada hermano realizado en nombre de Rosi. Los hijos nos brindan lecciones a cada minuto y Raquel le ha brindado una maravillosa enseñanza a sus padres: no puedes olvidar a quien has perdido ni tampoco borrar el dolor que deja su ausencia, pero sí es posible celebrar su vida saliendo adelante con la cálida compañía y el amor de la familia.

FUENTE: Tomado de «El decir adiós: Cómo las Familias Pueden Encontrar Renovación a través de la pérdida». Doctora Barbara Okun.

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